La estructura económica mexicana se encuentra, actualmente, en una transición que crea diversas expectativas y diversas combinaciones complejas, que dificultan la elaboración de un marco claro y definido en cuanto a sus verdaderas tendencias, debido fundamentalmente a los cambios observados en los últimos diez años. Esta combinación resulta de las estrategias neoliberales de los últimos dos gobiernos priístas, enfocadas fundamentalmente hacia la expansión de las exportaciones, el crecimiento de los sectores industriales, comerciales y de inversión de capital y de otras variables macroeconómicas, que se combinan con las tendencias propias de la globalización a nivel mundial y que intentan traducirse en procesos de sustentabilidad, que proporcionen el equilibrio ecológico con el crecimiento económico y que representan compromisos concretos contraídos con el Banco Mundial y con la Agenda 21, derivada de la Reunión de Río de Janeiro. Por si esto fuera poco, se acude también a nuevos cambios en el plano democrático, al acceder un nuevo gobierno de oposición al poder y sustituir la dictadura de partido impuesta durante más de setenta años en México. Este cambio democrático viene acompañado de nuevas premisas, que sin ser todavía muy claras en el plano operativo o de planeación, intentan disparar nuevos componentes y aparentemente resolver viejos compromisos no cumplidos, en particular con el nivel económico general de la población. Estos compromisos giran alrededor de la disminución de la inflación y de la deuda pública contraída por el Estado, la racionalización del presupuesto y su aplicación al incremento de procesos productivos más generalizados de carácter interno y la aplicación de criterios de planeación regional que sustituyan los tradicionales esquemas de planeación estrictamente sectorial que caracterizaron los anteriores gobiernos priístas. Siendo éste un nuevo gobierno con tintes de derecha, establece condiciones preferenciales para el sector industrial y comercial, y parece seguir con la actual orientación de las medidas neoliberales y el desarrollo de variables macroeconómicas, principalmente en cuanto al incremento de las inversiones y las orientaciones tradicionales del capital bancario del país, menos benevolente con el pequeño campesino, el pequeño comerciante y el pequeño industrial, a los que les destina nuevos fondos y nuevos fideicomisos y no la reorientación del capital financiero hacia el pequeño ahorrador. Estos nuevos esfuerzos se cuecen aparte y tienen como propósito el crear una línea nueva para la creación de una mentalidad comercial de clase media en estos pequeños sectores, a los que pretende hacer competitivos y altamente productivos y con ellos erradicar la pobreza.